Gabriela Dueñas. seminario "La compleja Trama de la violencia en las escuelas" General Pico, La Pampa. Mayo 2014
La patologización y medicalización de las infancias actuales como una suerte de ejercicio de violencia simbólica sobre los escolares.
Con preocupación puede observarse hoy un “abismo cultural” que se hace visible ante escuelas “modelo siglo XIX” a las que les cuesta alojar a sus nuevos escolares “modelo S XXI”- cuyas modalidades de comunicarse, vincularse, jugar y aprender distan mucho de lo que los docentes continúan esperando de ellos- y que da lugar a la emergencia de un clima de malestar generalizado que favorece la instalación de ciertos modos de funcionamiento escolar ligados al ejercicio de una suerte de violencia simbólica sobre los estudiantes.
Al respecto, resulta necesario señalar como impostergable la tarea que tiene actualmente por delante la escuela, de generar espacios para examinar sus concepciones y expectativas, promoviendo entre sus docentes la necesidad de revisar los sistemas de creencias a partir de los cuales ejercen su tarea, teniendo en cuenta que, como se anticipó, la “infancia y la adolescencia” -tal como se concebía en la Modernidad- se ha transformado y hoy asistimos a la existencia de múltiples formas de vivirlas y transitarlas, de manera semejante a lo que también sucede con sus familias.
En este sentido, puede advertirse que de no producirse avances en esta dirección, lamentablemente, la distancia que aleja cotidianamente a los docentes de sus alumnos (y también a los padres de éstos), continuará profundizándose, complejizando los desafíos que cotidianamente se plantean en las escuelas, de modo que, cada vez con mayor intensidad, se agraven las condiciones conflictivas que, hacia el interior de las mismas, tiendan a favorecen la emergencia de situaciones teñidas de violencia.
Desde esta perspectiva, se observa con preocupación que -inmersos en una cultura y clima escolar que continúa aferrada a “viejos modelos”, ante la falta de referentes que permitan “atender” y “entender” a las nuevas modalidades de funcionamiento cognitivo y estilos vinculares con las que las infancias y juventudes contemporáneas se hacen presentes hoy en las aulas- muchos chicos son “estigmatizados” por su condición de “diferentes”, quedando paulatinamente “discriminados” y “excluidos” de muchas propuestas. Se advierte en este sentido cómo -a partir de estas “diferencias”- una llamativa cantidad de niños y adolescentes son “derivados” por las mismas escuelas, cada vez con mayor frecuencia, “directa y rápidamente” a consulta médica externa, de modo que, por esta vía, los mismos quedan atrapados en procesos patologizadores que vulneran sus derechos. Este tipo de prácticas, vienen siendo visibilizados en los últimos tiempos por profesionales de distintos campos de las ciencias que se ocupan de las infancias, identificándolas como parte de un fenómeno preocupante, conocido como “la medicalización de las infancias actuales”, y que refiere –justamente- a un “abuso” de demanda de los recursos propios y pertinentes de la medicina, requeridos en esta ocasión para “solucionar” problemas de otro orden, muchos de los cuales, como los que se vienen enunciando, remiten en realidad, a complejas variables de carácter psico-sociales, culturales y pedagógicas.
Al respecto, el llamativo incremento de escolares portando diagnósticos-etiquetas del tipo ADD-H, TGD, TOD, etc., acompañados frecuentemente de “certificados de discapacidad”, esta siendo considerado hoy como un potente analizador que permite develar una manera novedosa de expresión de la “violencia simbólica” que continúa ejerciéndose actualmente sobre los niños y jóvenes en las escuelas, de manera generalizada y sin demasiada conciencia de ello, por parte de los mismos docentes, dado que- en atención a como la define P. Bourdieu (2000)- ésta consiste en “la capacidad de imposición de significados que se presentan como legítimos desde una posición de autoridad supuestamente neutral y desvinculada del poder, mientras que, la “naturalización de los mismos (significados)” y “el ocultamiento de su arbitrariedad”, esconden e invisibilizan las “relaciones de poder de dominación” que ciertos grupos sociales tienen sobre otros, en esta ocasión, de parte del colectivo docente sobre los escolares.
Ahondando en esta cuestión, resulta oportuno considerar junto a Bourdieu que este tipo de violencia se ejerce en el ámbito de la producción, transmisión y circulación de significados de la vida social, de modo que es posible verificar en estos procesos, una correspondencia entre los intereses de los grupos dominantes y los significados dominantes que determina su función legitimadora de la opresión y de las desigualdades. De esta manera, al transmitirse los significados como absolutos, quienes son “objeto” de este tipo de violencia - comparten y se piensan a sí mismos- utilizando las categorías mediante las que son clasificados, legitimando -por medio de este ajuste de estructuras objetivas y subjetivas- las desigualdades y relaciones de dominación existentes, en este caso, hacia el interior de las escuelas.
EDITORIAL – REVISTA VERTEX (Revista Argentina de Psiquiatría), nº
114 – marzo/abril 2014
¿Cuál es la ubicación del
psiquiatra en el mundo contemporáneo? ¿Cuál es su función? Estas preguntas que
hubieran tenido no hace mucho tiempo una respuesta obvia, hoy son pertinentes.
En efecto, cualquiera sabe, al menos de manera teórica, que el psiquiatra es un
médico que atiende a personas que tienen una demanda o que llegan de manera
obligada, pero hoy resulta que el tipo de presión y demanda que se le presentan
al psiquiatra está cambiando rápidamente, y que eso incide de manera
determinante en la misma definición del rol profesional. Ambas circunstancias
motivadoras de la consulta se encuentran condicionadas como nunca antes por el
ideal cientificista y las exigencias políticas. Se podrá decir que esto no es
nuevo, más aún, siempre fue así, pero lo que queremos significar enfáticamente
es la probabilidad de que nunca fue “tan” así: nunca los factores externos, ya
sea que se manifiesten a través de la subjetividad de los consultantes o de las
condiciones de la práctica profesional, ejercieron una presión tan intensa y
determinante sobre los fenómenos de la estructura interna del saber
psiquiátrico.
Por otro lado, nunca antes en los
dos siglos y medio de su existencia la psiquiatría había visto tan menoscabada,
desvalorizada y secundarizada, su principal fuente de reflexión, de
aggiornamiento de su praxis y, por ende, garantía de efectividad en sus actos
terapéuticos, es decir, nunca se había visto tan relegada la clínica.
Clásicamente elaborada en el diálogo con él paciente y la discusión con los
colegas, la clínica, proveyó el material sobre el cual se edificó una
disciplina propia y singular; conceptualizada en sus fenómenos causales por las
teorías psicopatológicas que mejor la explicaron en cada momento de la
evolución del paradigma psiquiátrico. Esta tradición clínica de la entrevista y
el debate psicopatológico, había instalado a la psiquiatría en una dimensión
muy particular que privilegiaba el discurso, cualquiera que fueran las
opiniones y las teorías que se formaban a partir de estos intercambios.
Sin embargo, empujada por las
corrientes tumultuosas de la cultura de fines del último medio siglo, esa
dimensión clínica de la psiquiatría se vio reemplazada por un pragmatismo
elemental con pretensiones científicas expresado en clasificaciones
supuestamente a-teóricas. A esa manera de categorizar los trastornos
psiquiátricos se le agregó una apresurada e ingenua concepción de la alteración
del sustrato biológico del cual se desprendió una convicción, también
exagerada, del valor “curativo” de los psicofármacos y las psicoterapias
derivadas de las teorías cognitivas y conductuales. El puerto de destino de la
psiquiatría eran las omnipresentes neurociencias, hoy en franca declinación de
su prestigio por la caída en sus previsibles aporías. Tejido con ese fenómeno
reduccionista biológico comenzó a insinuarse su polo opuesto: la psiquiatría
debía diluir su especificidad en un equipo de profesionales de la salud mental.
Las enfermedades o síndromes mentales devinieron algo inespecífico y
dimensional a la pena de vivir, sin fronteras netas con ella: el padecimiento o
sufrimiento mental. Lo social, la comunidad, el trabajo en red, fueron la
panacea que nos redimiría de tanto desvarío biologista y de tanta pretensión
hegemónica de la medicina, al tiempo que los cierres de instituciones asilares,
a la eterna espera de la apertura de otras nuevas en la comunidad, dejaba como
saldo solo ahorros presupuestarios y pacientes en las cárceles y en la calle.
En ese nuevo texto reduccionista sociológico había, nuevamente, una gran
ausente: la clínica. Afortunadamente, cada vez más colegas se suman a la
convicción de que solo volviendo a ella, y a las enseñanzas que nos
proporcionan en ese contexto de escucha quienes nos vienen a consultar,
podremos formular las teorías que expliquen el fenómeno de la locura en nuestro
tiempo y responder las preguntas del principio.
Juan Carlos Stagnaro.
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